Muchas veces la pereza, nos hace quedarnos en casa, incluso cuando salimos suele arrebatar de alguna manera a nuestra retina parajes espectaculares. Uno de estos parajes sin duda se encuentra en el actual Parque Nacional de ordesa y Monte Perdido. Contamos, cuando la desidia no vence a la curiosidad, con la posibilidad de seguir hacia Bujaruelo si partimos de Torla, o continuar por el valle de Ordesa hasta dar con las faldas del imponente Monte Perdido. Cerca de éste se encuentra la Brecha de Roland. Para muchos es lugar, sin duda, de los más imponentes y misteriosos que se pueden conocer, donde inmensas moles de piedra parecen separar Francia y España, se abre una hendidura, un descomunal, brecha que es un paso natural entre aquellas. Queda así del lado frances el circo de Gavarnie y una caida de mil metros hacia una sima profunda y terrible. Del lado español las peladas cumbres de Monte Perdido, una cueva de hielo y los bosques y valles de Ordesa.
Lo cierto es que además de su majestuoso y misterioso perfil, donde cualquiera quedaría prendado de la imponente fuerza que guarda la naturaleza, se esconde tras aquel paso natural una de las historias más bellas de nuestra mitología.
Evidentemente como advertimos es mitología, si aquello que siempre es bello y profundo cuando nos llega de otros lades, y que tanto desconocemos cuando nos es propio, pero que gracias a dios, los lugareños suelen guardar como conocimiento consuetudinario, como herencia oral de sus antepasado y que es dificil encontrar lejos de allí.
Y es que cuando viajas, no hay nada mejor que pedir asilo, pues no sólo lo puede hacer el Peregrino que viaja desde Roncesvalles hasta Santiago de Compostela, cualquiera puede intentarlo.
Basicamente, porque se disfruta mejor un café o un chocolate en tierras frias de alguien que lo da sin pedir nada a cambio, quizás sólo por curiosidad o atención, que a aquel a quien comprometes porque al final será pagado.
Y la verdad es que vale la pena, acercarse a una de esas casas de piedra, donde apenas llegó el señor wi-fi, tocar la puerta, y pedir permiso para escuchar y tomar una bebida que caliente los huesos y también la fé del cansado viajero.
Sentado y con el calor que proporciona el fuego en los pies y el café en las manos, empiezas a sentirte rodeado de un ambiente que te lleva a lo que fue, a lo que queda y por desgracia a lo que nadie en un futuro recordará.
La pregunta era clara: ¿Por qué un corte de tales dimensiones, un paso natural entre Francia y España tan soberbio, misterioso y espectacular, se llama Roland?
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